El otro día lo comentaba un amigo. Han pasado 6 años desde que terminamos la carrera, tiempo suficiente para haber cursado otra licenciatura, tiempo en el que cada uno de nosotros ha seguido profesionalmente caminos diferentes con mayor o menor éxito (algunos nos preguntamos cada día qué narices hemos hecho estos años, pero esa es otra cuestión). Sin embargo, ahí estamos, no hay una reunión en la que no salgan anécdotas mil veces repetidas a cerca de esos años compartidos en la universidad. Lo curioso es que somos los mismos y nos hemos contado lo mismo decenas de veces y en muchas ocasiones me sigo riendo a carcajadas oyendo hablar de ciertos profesores o de prácticas de laboratorio surrealistas. Pero también recuerdo haber cruzado alguna mirada de complicidad y perplejidad con uno de mis amigos, pensando: "otra vez la misma batallita".
El otro día J. contaba cómo más de una vez les ha narrado a sus alumnos alguna de esas historias, especialmente la de nuestra "querida y admirada" profesora "Porlo", y cómo se reían oyéndole imitar su forma de hablar. "La Porlo" fue bautizada así por el exagerado número de veces que repetía la coletilla "por lo tanto" en sus clases de zoología, aunque más bien sonaba algo así como "podlotanto". Era capaz de repetirlo incontables veces en el transcurso de una clase, y eso, creedme, con el tiempo hacía que fuera imposible seguir sus explicaciones. Cada vez que repetía "podlotanto" la mayoría de los alumnos nos tronchabámos disimuladamente de risa, alguno incluso siendo hábil en eso de la "escritura automática", copiaba literalmente en sus apuntes palabra a palabra todo lo que aquella buena mujer soltaba, y el resto anotaba un palote más en el recuento oficial de "podlotantos". Había días en que aquello se convertía en algo de lo más surrealista, aunque el clímax llegó el momento en que finalizó una frase diciendo: "podlotanto ..... podlotanto". Y se quedó tan ancha.
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