Durante el otoño, el cálido edredón de hojarasca recién extendido supone un refugio seguro cuando la lluvia lo empapa todo, cuando el sol se esconde tras frías y grises nubes que amenazan con no volver a dejar pasar la luz. Pero entonces, cuando el calor desprendido por las hojas y el humus templa y reconforta, un ánimo esperanzador motiva a salir fuera. Brotando a deshora. Saliendo a disfrutar un poco más, sin saber que irremediablemente el invierno se echará encima, sin sospechar que el cálido edredón se convertirá en un gélido lecho que helará hasta la última gota de savia.