Sobre las cinco y media de la fría tarde del sábado, decenas de personas esperábamos impacientes a las grullas (Grus grus), preparando cámaras, trípodes y telescopios terrestres. Alguien comentó que llevaban retraso y que tal vez, debido al trasiego de coches y personas, habrían optado por quedarse en una pequeña laguna cercana. Por fin, pocos minutos antes de las seis, cuando apenas quedaba luz en el cielo, aparecieron numerosas bandadas en el horizonte. Algunas formaban la típica "V", mientras cientos de otras se aproximaban a la inmensa laguna de Gallocanta con sus característicos graznidos, dibujando una larga línea en el cielo. Pensé en su viaje anual desde el norte de Europa, en su vuelta a principios de la primavera, en las bases biológicas de los comportamientos migratorios y me dio por imaginar a un grupo de Homo antecessor contemplando aquella misma escena hace unos 800.000 años.