Y así lo hicieron. Recogieron del suelo cientos de castañas y las fueron colocando una a una formando una línea que dividía en dos mitades la montaña, desde el fondo del valle hasta la cumbre. Y allí pronunciaron el hechizo. El cielo se cubrió de oscuros y tenebrosos nubarrones que anunciaban la llegada del neberu, el fabricante de nubes. El estruendo de dos tremendos rayos pudo oirse en muchas leguas a la redonda. La montaña rugía y una densa niebla lo cubrió todo. Los árboles cruzaban de un lado a otro la frontera de castañas y la roca se hundía en un lugar para aparecer al otro lado. Las dos hadas, xanas las llaman allí (aunque otros las conocen como lamiak), reían y saltaban de alegría al comprobar el éxito de su hazaña. Y así fue como una mitad de la montaña fue a parar a Prúa, que adoraba los bosques y frecuentaba arroyos umbríos y lechos de musgo; mientras la otra mitad pasó a ser los dominios de Laina, que prefería las crestas de roca caliza y los interminables laberintos de cuevas y aguas subterráneas.
Me he vuelto a sentar sobre el aspa de mis piernas y con la cabeza agostada sobre la palma de mi mano, lentamente he seguido el relato de la división de la montaña de ese confín de la tierra, y he pensado si ésa será la ruta que lleva al inmortal paraje que visitan los héroes antes de resucitar... ;-)