Durante algunos veranos a principios del siglo pasado, el fotógrafo Lucien Briet atravesaba la frontera pirenaica a través del Puerto de Gavarnie/Bujaruelo para explorar el valle de Ordesa y otros rincones del Macizo de Monte Perdido. En sus incursiones por el valle, se alojaba con frecuencia en la Casa Oliván, situada a pocos metros de la actual Pradera de Ordesa. Desde allí partía, acompañado por su guía, con su pesado equipo fotográfico listo para inmortalizar la extrema belleza y la grandiosidad de este paisaje. Cientos de placas en blanco y negro nos muestran hoy, como ventanas al pasado, los valles, cimas, barrancos, pueblos, caminos y gentes de este rincón del Pirineo. Resulta curioso comparar sus fotografías en blanco y negro con las que yo misma he realizado. Cien años más tarde algunos lugares se muestran casi idénticos, las masas de bosque se distribuyen de forma parecida a lo largo de las paredes del circo de Cotatuero pero se observa cómo hoy el bosque es aún más frondoso y tupido, lejos de los silbidos del hacha. Esto es algo que no ocurre con frecuencia en otros parajes naturales. El legado de Briet no se limita a sus fotografías sino que además dejó descritas con gran detalle naturalístico muchas de las rutas que hoy recorren los numerosos visitantes que se acercan a estos valles. Descubrió Ordesa a las gentes de un lado y otro de la frontera, denunció los abusos que empezaban a cometerse en los bosques por parte de cazadores y leñadores y fue uno de los principales impulsores de la necesidad de proteger estas montañas mediante la creación de un Parque Nacional.