El sol se ocultaba ya tras las montañas y el mapache se disponía a dar cuenta de los deliciosos manjares recogidos durante aquella calurosa tarde de primavera. El río no quedaba muy lejos y se apresuró a través de los arbustos, buscando su lugar favorito junto a la orilla, allí donde una gran roca cubierta de musgo le servía de trampolín en sus zambullidas nocturnas. Mientras lavaba afanosamente los frutos en el agua, una graciosa rana croaba en el borde de una piedra semisumergida y una libélula de grandes alas azuladas planeaba a ras del río. En la orilla contraria, silencioso, un ciervo observaba aquella escena.
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