Sigues ahí, entre las estribaciones de Guadarrama a un lado, y Gredos al otro. Apareces de repente, al salir de una curva en la carretera y ahí estás, como siempre. Aunque te llames Robledo hueles a pino, muérdago y jara, hace tiempo que es difícil encontrar robles en tus montes.
Sigues ahí, aunque ya no eres el mismo Robledo en blanco y negro de los años 50 y que conocí gracias a mi abuelo y sus películas familiares en 16 mm. Tampoco eres el que fuiste en mi niñez, el que no olvido, el de caminos de tierra y piedras sin asfaltar, niños en bicicleta y amplios espacios por donde correr. Te has hecho más pequeño, más agobiante, más civilizado, ya no están ni "el pino doble" ni "el vallejo", sólo cercados y verjas que compartimentan las tierras.
Sigues ahí, desde lo alto de la estación de ferrocarril recorro con la mirada el suave y familiar perfil de tus montañas, y en el fondo del valle se adivina un mucho más menguado río Cofio. El sol comienza a caer y pronto se esconde detrás del monte Santa Catalina, oscureciendo las verdes laderas hasta convertirse en sombra. Exactamente igual que hace quince o veinte años, aunque entonces nos anunciabas que llegaba la hora de quitarse el bañador y vestirse con algo más de ropa, hora de comprar helados o chucherías, de planear aventuras, de sentarse enfrente de la tele a ver Nils Holgersson o los lagartos de V.
Todavía hay mucho que ver, el caserón encantado o lo que quede de él, la fuente, la que un día fue mi casa, caminos y atajos.. quiero saber si están ahí.
Sigues mirando a las estrellas, desde que la NASA llegó con sus antenas, escuchas, envías y recibes datos de las sondas espaciales, incluso exploras el espacio profundo.
Sigues ahí, a una hora en coche desde mi casa, a años luz de mi niñez.
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